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La carne de animales salvajes, en el origen del coronavirus chino

Entre las medidas que China ha adoptado para intentar frenar la expansión del nuevo coronavirus, que según las últimas cifras se ha cobrado la vida de 106 personas, se encuentra la de prohibir comerciar con la carne de animales salvajes. Las autoridades han instaurado con efecto inmediato una moratoria para su venta callejera, en restaurantes y por internet, toda vez que el foco del brote se sitúa en el tradicional mercado húmedo de la ciudad de Wuhan. Y no es la primera vez que un virus de este tipo tiene un origen similar.

“La suma de varias circunstancias que suceden en un mercado chino de esas características provoca una combinación desastrosa“, explica Borja Reh, subdirector de Zoología en el Zoo de Singapur. Esas circunstancias, en palabras de este experto, se concretan en el tráfico ilegal de especies, destinadas a ser vendidas como alimento, y sin ningún tipo de control sanitario. Los animales, que los comercios dispensan vivos o recién sacrificados, suelen ser cazados o capturados mediante prácticas que les generan un alto nivel de estrés, lo que baja sus defensas y facilita que afloren patologías. “Además, después de la captura, se les hacina en jaulas o cajas en condiciones completamente insalubres y en las que se mezclan distintas especies”, denuncia Reh.

Este español, que lleva más de cuatro años en Singapur, habla desde el conocimiento que le da haber realizado mucho trabajo de campo sobre este asunto en el sudeste asiático y haber visto de cerca la problemática de ese comercio “ilícito”. Él ha constatado la existencia de puestos con carne muy diversa: desde reptiles, anfibios, serpientes, escorpiones, cerdos o aves a fauna en serio riesgo de desaparecer, como los pangolines, “y no solo local, sino de todas partes del mundo, animales importados ilegalmente”.

“Es un cóctel de virus que nos estamos comiendo los humanos. Cada década tenemos una enfermedad nueva que nace de esa combinación letal”, lamenta Reh, en referencia al síndrome respiratorio agudo grave, conocido como SARS y que surgió en 2003, y al síndrome respiratorio de Oriente Medio, MERS, identificado por primera vez en 2012. “Sabemos lo que pasa, cómo ocurre y los cambios que habría que hacer para que no vuelva a suceder. Es evitable”, continúa, a la vez que reconoce que se trata del medio de subsistencia para unos pueblos con escasos recursos: “Por un lado es una carne barata y por otro está el factor cultural, el hecho de que son productos que esas poblaciones consumen desde siempre”.

Desde el Centro de Investigación en Sanidad Animal IRTA-CReSA, la investigadora del grupo de coronavirus Júlia Vergara recalca que en este caso aún se desconoce de qué animal parte el virus. “Estudios predictivos demuestran como posibles reservorios a las civetas, que ya lo fueron con el SARS. El nuestro sugiere que podrían ser también pollos o aves. Y otros apuntan a los murciélagos. Todavía se está analizando”, expone, a la vez que aclara que “coronavirus hay desde hace mucho pero antes normalmente eran específicos de cada especie”. “Los perros o los gatos por ejemplo los tienen pero no los transmiten a las personas, que tienen los suyos propios.Era lo que se conocía hasta que surgió el SARS, la primera epidemia en la que hubo el salto de animales a humanos”, aclara, en un claro ejemplo de que se producen mutaciones constantes.A la espera de saber la fuente exacta, Vergara coincide en que la venta de animales, tanto vivos como muertos, en gran densidad y en condiciones de higiene muy pobres es un caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de estas infecciones. En ese punto, Borja Reh pone sobre la mesa otro debate relacionado, el de la conservación de las especies: “Esperemos que esto sirva también como punto de apoyo para protegerlas. Mientras sigamos dejando que se consuman animales amenazados, reduciremos sus poblaciones hasta el nivel de la extinción”.
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